La joven expulsada de casa por embarazada regresa años después para sorprender a todos3 min de lectura

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**17 de mayo de 2024** — **Diario de Alejandro**

La chica de trece años fue echada de su casa por estar embarazada, y años después, regresó para dejar a todos boquiabiertos.

—¿Tienes algo que decir, Lucía? —La voz de Fernando resonó en la casa, ahogada por la rabia. Lucía se encogió, incapaz de mirar a su padre a los ojos. La adolescente clavó la mirada en el suelo, sus manos temblorosas aferradas al bajo de su camisa.

—Vergüenza —añadió su madre, Carmen, con una frialdad que helaba—. Tan joven y ya en este estado. ¡Dios mío! ¿Cómo va a traer al mundo a alguien así?

—Yo… yo quise —balbuceó Lucía, sin poder contener las lágrimas.

Fernando golpeó la mesa con un puño, haciendo temblar la habitación entera.

—¿Sabes la desgraciá que le has traído a esta familia? ¿Tienes idea de lo que dirán? ¿Cómo vas a presentarte en este pueblo? —Carmen esbozó una mueca—. Fernando, ¿pa qué pierdes el tiempo con ella? Una niña así no merece estar aquí.

—No, por favor, mamá, te lo pido… —Lucía levantó el rostro empapado en lágrimas, pero solo recibió una mirada gélida.

—¿Qué estás haciendo ahí arrodillá? ¡Fuera! —Fernando se levantó de un salto, señalando la puerta.

Lucía sintió como si el suelo se hundiera bajo sus pies. Retrocedió tambaleándose, los ojos desorbitados por el miedo.

—No tengo dónde ir… —susurró.

—Eso es tu problema. No vuelvas —Fernando le dio la espalda como si fuera una extraña.

—Tienes razón, Fernando —asintió Carmen—. Que se quede aquí solo traerá más vergüenza.

Afuera, los vecinos murmuraban, curiosos, sus risas y miradas punzantes como cuchillos en la espalda de Lucía.

—¡Largo ya! —rugió Fernando, exhausto.

Lucía giró y salió corriendo, la lluvia torrencial empapándola al instante. Vagó por las calles oscuras, los pies embarradas y helados.

—¡Anda pa fuera! Aquí no es tu sitio —le espetó un hombre cetrino al verla refugiarse en una casucha abandonada.

—Solo necesito pasar la noche —suplicó, la voz quebrada.

—Lárgate, no quiero líos —cerrró la puerta de un portazo.

Lucía llegó al parque, los bancos fríos su único refugio. Se acurrucó, protegiendo con las manos ese débil destello de vida en su vientre.

—¡Eh, niña! ¡Qué haces sola a estas horas? —tres figuras emergieron de las sombras, sonrisas maliciosas—. Ven, queremos divertirnos contigo.

Lucía huyó, tropezando en el pavimento mojado. Milagrosamente, logró esconderse en un callejón.

—¿Por qué todos me odian? —lloró bajo la lluvia.

Esa noche, durmió bajo un árbol, tiritando. Al amanecer, la fiebre la consumía.

—¿Me voy a morir aquí? —pensó, aterrada.

Entonces, una voz cálida la rescató.

—Niña, ¿qué haces aquí? —era una anciana, sosteniendo un paraguas—. Soy Margarita. No puedes quedarte en este aguacero.

La llevó a su humilde casa, donde el olor a pan recién hecho llenó el aire.

—Toma, un té caliente —dijo Margarita, con ojos bondadosos.

Por primera vez en días, Lucía sintió algo parecido a la esperanza.

**Trece años después**

Lucía —ahora dueña de la pastelería *Estrella*— vio entrar a su madre, Carmen, al local. Arrugada, frágil, con lágrimas en los ojos.

—Voy a disculparme —susurró Carmen—, aunque sé que no lo merezco.

Lucía contuvo el nudo en la garganta. No era fácil perdonar, pero al mirar a su hija, Elena, entendió: el amor vence al rencor.

**Lección aprendida**: La vida es dura, pero la compasión —como la de Margarita— puede sanar hasta las heridas más profundas. A veces, perdonar no es olvidar, sino liberarse para seguir adelante.

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