Los hijos abandonan a su anciano padre en el bosque, pero lo que hizo el lobo dejó a todos sin palabras3 min de lectura

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El bosque se sumergía en una oscuridad profunda. Sobre la tierra húmeda, al pie de un viejo roble, se sentaba un anciano. Su respiración era pesada, sus manos temblaban por el frío y sus ojos estaban llenos de desesperación. Sus propios hijos lo habían traído hasta allí y lo habían abandonado como si fuera basura inservible.

Llevaban años esperando su muerte. La herencia —una gran casa, tierras y dinero— les correspondía a ellos. Pero el viejo no moría. Así que decidieron acelerar el final: lo dejaron en medio de aquel bosque solitario, sin comida ni agua, esperando que las bestias salvajes hicieran su trabajo y la policía lo diera por un trágico accidente.

El pobre anciano, apoyado contra el árbol, se estremecía con cada sonido. A lo lejos, el viento aullaba, pero entre sus silbidos se escuchaba otro ruido: el aullido de lobos. Sabía que el final estaba cerca.

—Dios mío… ¿en serio va a terminar así…? —susurró, juntando sus manos en oración.

En ese momento, una rama crujió. Luego otra. Los pasos se acercaban. El viejo intentó levantarse, pero su cuerpo no respondía. Sus ojos buscaban en la oscuridad hasta que, de pronto, entre los arbustos, apareció un lobo.

El animal avanzó lentamente hacia el sendero. Su pelaje brillaba bajo la luz de la luna, y sus ojos relucían como dos brasas. Mostró los colmillos y se acercó más.

«Esto es el fin», pensó el anciano.

Cerró los ojos y comenzó a rezar en voz alta, esperando el dolor de aquellos dientes afilados. Pero de pronto, ocurrió algo que jamás habría imaginado. 😱😱

El lobo no atacó. Se acercó hasta quedar a su lado, se detuvo… y luego bajó la cabeza y aulló suavemente, como si le estuviera hablando.

El hombre, sin entender, extendió la mano y, para su sorpresa, el animal no se apartó. Al contrario, permitió que tocara su espeso pelaje.

Entonces, el viejo recordó. Muchos años atrás, cuando aún tenía fuerzas, encontró en el bosque un lobo joven atrapado en una trampa de cazadores.

Sin miedo, arriesgando su vida, había abierto aquellos hierros mortales y lo había liberado. El lobo huyó sin mirar atrás… pero, al parecer, nunca olvidó.

Ahora, aquel solitario depredador se inclinaba ante él como ante su salvador. El lobo se agachó aún más, dejando claro su mensaje: súbete.

Con dificultad, casi sin fuerzas, el anciano se aferró al cuello del animal. El lobo se levantó y lo llevó a través del bosque oscuro. El viejo escuchaba las ramas romperse bajo las patas del lobo, veía sombras de otros animales moverse cerca, pero ninguno se atrevía a acercarse.

Tras unos kilómetros, apareció una luz al frente: un pueblo. La gente, al escuchar ladridos, salió corriendo y vio algo increíble: un lobo enorme depositaba con cuidado a un anciano, débil pero vivo, frente a sus puertas.

Cuando el viejo estuvo bajo un techo, rodeado de gente bondadosa, rompió a llorar. No de miedo, sino al comprender que una bestia había sido más humana que sus propios hijos.

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