¡Imagínate vivir con una misma persona 50 años! Casi una vida entera… Para algunos suena imposible, pero otros lo logran. Sin embargo, incluso después de tanto tiempo, hay quienes se dan cuenta de que al lado tenían a la persona equivocada.
Para celebrar su aniversario de bodas, los hijos de esta pareja mayor organizaron una pequeña fiesta. Reunieron a amigos y familiares, alquilaron un lugar acogedor en Madrid. Todos reían, bailaban, brindaban y disfrutaban de ese día tan especial.
Después de unos cuantos brindis y copas de vino, el hombre se levantó, miró a su esposa y la invitó a bailar un pasodoble. Sonó la misma melodía con la que, en su juventud, habían bailado en su primera boda. Se movían con lentitud pero con seguridad, como si el tiempo hubiera retrocedido. Los invitados los observaban emocionados, algunos hasta secaban lágrimas. Parecía la escena más romántica del mundo…
Pero cuando la música terminó, el hombre dio un paso atrás y, mirándola a los ojos, le dijo:
—Perdóname, pero nunca te amé. Mis padres me obligaron a casarme contigo… Y jamás pude quererte. Pero ahora quiero vivir el tiempo que me queda en paz. Los niños ya son mayores, no me necesitan como marido de su madre.
El salón se quedó en silencio. La mujer palideció, los invitados no daban crédito. Alguien dejó caer su copa, otro se tapó la boca con la mano. Todos esperaban que ella estallara en llanto, gritara o armara un escándalo…
Pero, en cambio, ella se irguió, lo miró firme y con calma le dijo algo que dejó a todos boquiabiertos y a él arrepentido:
—Sabes qué… Yo siempre lo supe. Desde el principio. Pero te acepté como eras porque tuve una elección: ser víctima de las circunstancias o convertir mi vida en un ejemplo de fortaleza. Escogí lo segundo.
Hizo una pausa, y nadie en la sala se atrevía a respirar.
—¿Crees que estos 50 años los viví por ti? Te equivocas. Viví por nuestros hijos, por la familia, por mí misma. Y en todo este tiempo aprendí a ser feliz al lado de alguien que no me amaba. Porque yo sí amaba, y eso bastaba para llenar la casa de calor.
Luego, dirigiéndose a los invitados, afirmó con voz más fuerte:
—Pero si hoy has decidido liberarte, que sepas que yo también soy libre. Ya no debo callar, ni aguantar, ni compartir contigo lo que me queda de vida. Lo viviré por mí. Y, a diferencia de ti, yo sí sé lo que es amar de verdad… porque mi amor nadie me lo ha robado.
Un suspiro colectivo recorrió la sala. Él bajó la mirada, la cara llena de amargura. Quiso humillarla, pero al final se humilló solo. Ella, serena, sonrió, alzó su copa y dijo:
—Y ahora, amigos míos, ¡sigamos bailando! La vida continúa.
Los invitados aplaudieron de pie. Y él, en ese momento, entendió que lo había perdido todo.